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Cómo aprendí a seguir mis sueños gracias al arte callejero de Washington D.C.

El valor de animarse a más e inspirar a otros a que hagan los mismo

Erik Toor es un Columnista de  Vida para The Cavalier Daily.
Erik Toor es un Columnista de Vida para The Cavalier Daily.

El artículo no expresa las opiniones o posiciones de los traductores. El artículo es una versión traducida del artículo que se encuentra a continuación: enlace

Escritor original: Erik Toor

Traducido por: Ian Fraser, Edward Rodriguez, y Pablo Urioste

“Sabes que no tienes que hacer esto, verdad?” dijo mi madre trabando sus ojos en blanco. 

“Sí, ya lo sé” dije yo mientras me reía. 

Luego recogí mis cosas, me despedí y me marché hacia el metro. 

Al comprar mi boleto de tren, una empleada del metro se me acercó y me saludó. 

“Se dice que están considerando imponer regulaciones mucho más estrictas sobre estas cosas, y te podrían poner una multa,” me advirtió ella. “Solo te lo digo por las dudas.” 

Le respondí con una sonrisa. “Que mala suerte sería eso” le dije. “Ojala que no sea así.” 

La empleada me dio una mirada en blanco, asintió con la cabeza  y se marchó, probablemente pensando que expresar su desacuerdo conmigo se volvería una larga discusión. 

Después de trece paradas de metro, llegue a Washington dispuesto a tocar en el National Mall.  Yo le sonreía a las pocas personas que habían llegado y luego a la multitud que se empezó a acumular mientras mi amplificador de 30 voltios de la Línea 6 de Spider pulsaba con el compás de mi violin transmitido mediante mi pedal tonal. Al final de mi primera canción, me aplaudieron un poco. Luego me agache para modificar los ajustes de mi amplificador, alcé mis manos en un gesto de gracias y continué con mi segunda canción.

Para mí, dar un show en la calle en D.C. es algo como esa chica de la secundaria para quien, como le dices a tus amigos, ya no tienes sentimientos por ella aunque en verdad sí los tienes. Aún después de tocar música en la calle mientras asistir a la secundaria y pasar dos a tres horas la mayoría de los fines de semana en las estaciones de metro, fuera de los estadios o en el National Mall, es algo que no me canso hacer. Me encanta el hecho de que alguien puede estar afuera, tocar música a todo volumen y divertirse.

A medida que crecía la muchedumbre, empecé a instintivamente exagerar mis movimientos por instinto y ví a dos muchachas tomándome una foto. Con el Monumento Washington como fondo, me sentía como una estatua. Ahora, en mi mente yo era como todas las demás estatuas que ellas habían visto hoy, metido en un marco de 800 kilobytes en su rollo de cámara para la posteridad, emparedado entre el Monumento Washington y el Capitolio.

Sin embargo, esto fue un momento destacado. La mayoría del tiempo, tengo suerte si aún el aire y los árboles acuden a mi show. Mientras vacilaba la atención de la gente, estaba solo de nuevo. Me sentía como si fuera un participante en “Survivor,” enfrentándome con el paisaje urbano salvaje de una ciudad vacía de forma intermitente.

Estando solo en la ciudad sin público es una de mis cosas favoritas de un show. Cualquier artista sabe que para ser un músico callejero uno mismo tiene que encender su propia llama de fuego. Aunque yo crea que un músico callejero hace un impacto positivo, nadie está pidiendo que estén allí, y las recientes regulaciones han hecho que ser un músico callejero sea mal visto. Muchas veces me he visto envuelto con los policías del metro por ser un músico callejero en lugares “ilegales,” y aunque tenga un permiso de sonido, todavía hay problemas. Es más, tocando en las calles a disposición de ser criticado, uno lo hace porque lo ama, no para hacer dinero.

Estoy seguro que por cada persona que se detiene para escuchar mi música, hay otras personas que le suben el volumen de sus audífonos para escuchar más a Drake que a mi música, pero no hay problema. No estoy aquí para hacer una escena, más bien estoy aquí porque hago algo que me gusta. Aunque tu mamá y la empleada del metro no entienden lo que haces, todavía tienes que hacer lo que te gusta. Es como una bola de nieve que empieza pequeña encima de una colina y al rodar hacia abajo empieza a crecer y creo que si te animas a más lo mismo ocurrirá. Solamente hay que empujar esa bola para que empiece a rodar.

Yo otra vez empecé a hacer más movimientos con mi cuerpo y también alargué los golpes de arco de mi violín. Una señora que lucía en los cuarenta y su hijo caminaron hacia mi y se detuvieron. Él le sonrió a su mamá y después a mi y luego de vuelta a su mamá. Su curiosidad venció la precaución y luego gritó, "¿Lo puedo intentar?”

Erik Toor es un Columnista de Vida para The Cavalier Daily. Puede ser contactado por life@cavalierdaily.com.

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