El artículo no expresa las opiniones o posiciones de los traductores. El artículo es una versión traducida del artículo que se encuentra a continuación: enlace
Escritxr original: Caitlyn Kelley
Traducido por: Marina Peebles e Isabella Sheridan
La universidad se conoce por las oportunidades que brinda por la interacción constante y vibrante con los demás. Sin embargo, vivir en una pandemia ha limitado en gran medida nuestra capacidad para conectarnos con otros con una avalancha de reglas y regulaciones en constante cambio. Recientemente, esto significó un “encierro” de 10 días que obligó a los estudiantes a permanecer en sus dormitorios además de las caminatas y las comidas. Si bien estas restricciones fueron sin duda un desafío para muchos estudiantes, un aspecto positivo de la vida encerrado para mí fue encontrar un enfoque nuevo y refrescante para la socialización. Al adaptarme a las reuniones individuales con amigos, pude desarrollar conexiones más profundas y significativas con los demás de las que habría experimentado en un entorno de grupo más grande.
Cuando se anunció por primera vez el encierro, el extrovertido en mí entró en pánico. Si bien el tiempo a solas puede ser tan valioso para mantener la salud mental, interactuar con los demás es lo que me rejuvenece después de un largo día en Zoom. Estaba angustiado por la idea de pasar mis días solo en mi dormitorio y mirando una pantalla durante horas y horas. Si bien todavía existen programas como FaceTime y Skype que nos ayudan a conectarnos con amigos, el consenso general durante la cuarentena parece ser que las reuniones en línea palidecen en comparación con las conversaciones cara a cara.
Sin embargo, una cláusula del anuncio del presidente de la Universidad, Jim Ryan, me dio esperanza: ¡se nos permitiría comer con otra persona! Inmediatamente, me encontré enviando mensajes de texto a cada uno de mis amigos para programar citas para el almuerzo y la cena, garantizando que podría ver al menos a otra persona cada día. Si bien no había forma de que estas reuniones de dos personas pudieran estar a la altura de la experiencia de una mesa llena de amigos, risas y una gran conversación, al menos me estaba dando una razón para salir del dormitorio.
Ahí era donde estaba equivocado: cada viaje a Newcomb, Observatory Hill o incluso a la Esquina para la ración ocasional de bolas de masa me acercaba a mis amigos y nos ayudaba a entendernos en un nivel más profundo. En este nuevo contexto social, no solo tuve la oportunidad de conectarme con amigos que ya conocía, sino que también encontré una excusa para conocer a personas que nunca pensé que conocería, y nuestra comunidad en general es mucho mejor por eso.
Por ejemplo, durante los primeros días de confinamiento me encontré con una chica que sólo había visto unas pocas veces mientras almorzaba con otros amigos en las carpas al lado de O’Hill. Aunque sabía de ella por nuestros amigos e intereses comunes, no la conocí en un nivel personal. Sin confinamiento, nunca hubiera sabido que un almuerzo rápido juntas se convirtiera en casi dos horas de conversación llena y rica. Aunque nunca habíamos realmente conectado, nuestros intereses y experiencias compartidas, como nuestras creencias religiosas y las dificultades en adaptarnos a la vida universitaria, nos permitieron abrirnos más la una a la otra. La vulnerabilidad facilitada por una comida individual nos acercó de una manera que probablemente no habría sido posible sin el confinamiento.
Pero seamos sinceros: el encierro fue difícil. Sin duda, enfatizó la vieja noción de que "la ausencia hace que el corazón se vuelva más cariñoso". El cierre de los gimnasios y espacios de estudio lo hizo más difícil para los estudiantes aliviar el estrés mediante ejercicios o solo un simple cambio de escenario mientras intentábamos completar el trabajo del día. Las horas de comida eran un consuelo muy necesario durante una época de la vida que, por lo demás, fue aislante y estresante.
Aunque ya se han quitado las restricciones de confinamiento, seguiré buscando conexiones a través de reuniones individuales en Starbucks, O’Hill o Runk, y les animo a hacer lo mismo. La pandemia nos ha desafiado a todos, haciéndonos más vulnerables y cambiando nuestra forma de ver el mundo.Nos ha obligado a reevaluar nuestras prioridades, y muchos de nosotros ya valoramos nuestras relaciones con los demás más que el éxito académico. Aunque al principio pueda parecer incómodo, una comida con una persona nueva tiene el potencial de convertirse en una amistad verdadera. Si no, puede ser al menos un estímulo para seguir adelante con el resto de su día.
Estas experiencias han reforzado mi convicción de que, juntos, superaremos. Aunque sea muy cliché el sentimiento, nos necesitamos unos a otros. Ya sea en nuestros compañeros de clase o en los de la escuela, la comunidad alrededor de nosotros está disponible para proveer conexión y consuelo. Todo lo que se necesita es un mensaje de texto.
Caitlyn Kelley es una columnista de Life para The Cavalier Daily. Ella puede ser contactada por correo electrónico a life@cavalierdaily.com.