El artículo no expresa las opiniones o posiciones de los traductores. El artículo es una versión traducida del artículo que se encuentra a continuación: enlace
Escritxr original: Caitlyn Kelley
Traducido por: Marina Peebles e Isabella Sheridan
Estoy harta de oír a la gente hablar de 2020. Ha sido un año duro, pero si tuviera un céntimo por cada vez que alguien me dijo que ha sido un año duro, tendría suficiente dinero para pagar mi matrícula del próximo semestre. Pero a medida que se acerca el final del año escolar, no estoy segura de cómo responder. En cierto modo, se siente como si el año nunca hubiera empezado. Me he pasado los últimos 12 meses esperando a que COVID-19 desapareciera. Al principio, pensé que las cosas volverían a la "normalidad" antes de mi senior prom. Luego, supuse que el verano nos mostraría el fin de la pandemia. Siguiente, el semestre de otoño. Cuando llegó el otoño, y todavía estábamos a seis pies de distancia, me enfoque en el semestre de primavera. Todos estos hitos que deberían haber sido momentos memorables se volvieron obsoletos al enfocarme en la siguiente oportunidad posible de normalidad.
Así que cuando vuelvo a casa para el verano, y me reúno con familia, vecinos y amigos de la escuela secundaria (a dos metros de distancia, por supuesto) no estoy segura de lo que voy a decir cuando me pregunten sobre mi año. El hecho de no poder responder a esa pregunta me hace comprender que, tal vez, mientras esperaba a que empezara el año, avanzó sin mí.
Últimamente he pensado mucho en esto. ¿He desperdiciado el año por enfocarme en un mejor futuro? ¿Fue un error pasar mi tiempo deseando que la pandemia terminara? Creo que no. Nadie se alegra de que nuestras vidas hayan sido interrumpidas, puestas en pausa desde hace más de un año. Pero además de ser inesperado, como mínimo, este año también ha sido único. El tiempo pasado en la universidad es una época única en nuestras vidas, pero en esta temporada de cuarentena, enmascaramiento y distanciamiento social es también muy diferente a todo lo que volveremos a vivir, crucemos los dedos. Tal vez hubiera sido mejor prestar más atención a las personas, los lugares y los acontecimientos que alrededor de mi.
Sin embargo, sin importar en qué me enfoqué, todavía viví mi primer año de universidad. Hice nuevos amigos, fui a las clases, tomé mis exámenes, comí en los comedores y mucho más mientras asumí mi nueva identidad como Cavalier. Hay lecciones que aprendí y recuerdos que hice que ni siquiera me di cuenta hasta que los vi en el espejo retrovisor. Por ejemplo, aunque tengo poco talento artístico, todavía puedo beneficiarme de una sesión ocasional de pintura, canto o artesanía, y he aprendido que el arte no tiene que ser bueno para ser beneficioso. También hemos aprendido a adaptarnos: tengo tantos buenos recuerdos de noches en que nos quedamos despiertos hasta tarde jugando al Among Us con amigos que viven a millas de distancia. Y cuanto más lo pienso, me doy cuenta de que ni siquiera el coronavirus podría hacer que el año fuera un desperdicio total.
Tal vez pasé por alto mi primer año demasiado rápido, pero todavía estaba lleno de momentos pequeños y hermosos, como comer bolas de masa en el Lawn, ver películas con mi compañero de cuarto o disfrazarme para Halloween; este año escolar me ofreció mucho más de lo que esperaba. Y cuando miro a través del carrete de mi cámara, algunas selfies malas me muestran que no soy la misma persona que era cuando entramos en el encierro hace 12 largos meses. He crecido mucho, aprendiendo a ser más yo mismo, un mejor amigo y más informado de lo que podría haber imaginado hace un año.
Ahora sé lo que les voy a decir a mis vecinos, mis amigos y mi familia cuando regresemos a la entrada de mi casa. Compartiré con ellos las lecciones que aprendí sobre mí, sobre la vida en un dormitorio y sobre la universidad. Les diré que a pesar de que tuvo lugar durante una pandemia global, mi primer año de universidad logró darme recuerdos y sabiduría que durarán toda la vida, sobre todo gracias a las fotos de mi teléfono.
Una de esas piezas de sabiduría, quizás la más importante, que me llevaré cuando lleguemos al final del coronavirus, es que no hay nada que ganar si nos enfocamos en el futuro. Claro, es bueno planificar y prepararme, pero al permitir que la perspectiva de un día mejor me robe el presente, solo perdí el tiempo que pasé mirando hacia el futuro. Recuerdo esa vieja máxima cliché que dice que el presente se llama así porque es un regalo. Si alguien me hubiera dicho eso durante el año pasado, probablemente no lo habría recibido bien. Definitivamente no estoy diciendo que el coronavirus fuera un regalo, pero me pregunto qué más podría haberme dado si solo hubiera prestado atención mientras estuvo aquí.
Caitlyn Kelly es una columnista de Life para The Cavalier Daily. Se puede comunicar por life@cavalierdaily.com.